miércoles, junio 02, 2010

Sabes lo que siente tu pareja?

El otro día recibí una angustiosa llamada de un buen amigo, una persona como cualquier otra y con problemas semejantes a los nuestros y a los de cualquiera de nuestros amigos. La razón de su llamada fue la de desahogarse de una situación conyugal que él consideraba como intolerable.

¿Cómo sucedió todo?
Todo ocurrió uno de esos días que todos tenemos. Mi amigo, después de más de ocho años de trabajo ejemplar en su compañía, finalmente había obtenido una esperada promoción en su puesto. En la charla con su jefe, se entretuvo más de lo acostumbrado en su oficina por lo que llegó a su casa después de la hora de cenar.

Regresó a su casa muy contento y lleno de entusiasmo. Al llegar se dirigió a la sala, y antes que otra cosa encendió la televisión para ver si su nombramiento era anunciado en las noticias regionales. Su esposa había tenido un día completamente diverso. Al llegar de haber dejado a sus hijos en la escuela y de hacer las compras para la despensa, se encontró un mensaje del colegio de su hijo. Se reportó a la escuela y le dijeron que urgía su presencia en la oficina del Director.

Una vez estando en el colegio le mostraron las dimensiones del vidrio que su hijo había roto arrojando piedras a sus compañeros. Además le hicieron saber que por ésta y por otras faltas de disciplina, el niño iba a ser suspendido durante tres días. Al salir del colegio descubrió que su carro no estaba y uno de los vigilantes le informó que se lo había llevado la grúa por estar mal estacionado. Después de largos y molestos tramites logró recuperar su carro, acompañada, desde luego, por su malhumorado y malencarado hijo.

Había ya perdido toda la mañana y buena parte de la tarde sin que estuviera lista la comida. Al llegar a su casa tenía un recado en la puerta: precisamente en ese día habían llevado la lavadora del taller de reparaciones, por lo que tuvo que ir a rentar una camioneta de mudanza para recoger su lavadora.

Finalmente y ya más tranquila, decidió al menos preparar una sabrosa cena para su esposo, para comentarle todo lo ocurrido durante el día, esperando su comprensión y consuelo, pero él nunca llegó a cenar, por lo que ella cenó sola y levantó la mesa.

Mientras lavaba los trastes, cuando casi daban las diez de la noche, su marido finalmente apareció enfrenando ruidosamente, pitando y haciendo un escándalo. Ella, por supuesto no salió, y mucho menos al pensar en la imagen que él estaría dando frente o los vecinos. Después pudo entrever cómo él se tiraba en el sillón y subía los pies sobre la mesita, por lo que ella pensó en el mal ejemplo que daba a sus hijos.

Poco después escuchó un grito de su marido pidiéndole de cenar. Ese fue el extremo. Ella soltó el recipiente que iba a guardar y estalló en lágrimas, retirándose a dormir a la recámara de sus hijas, ante la sorpresa del marido. Él se quedó pensando que era sumamente difícil compartir sus éxitos con su esposa y ahí se rompió la frágil relación y toda oportunidad de diálogo, al menos por el momento. Desde ese tremendo día había transcurrido una semana, hasta que mi amigo me habló.

Entre malos entendidos.
Yo me pregunto a cuántos de nosotros nos ocurrirá lo mismo y todo por un falso amor propio, por una deficiencia de comunicación y una ausencia total de diálogo. Es una pena que para darnos cuenta de lo importante que es la comunicación conyugal, tengamos que vivir decepciones injustificadas como ésta.

Todos los que hemos contraído matrimonio debemos ser conscientes, hoy más que nunca, de la gran cantidad de problemas que amenazan a la vida conyugal, por ello es de suponerse que entre todos nosotros se debe formar una fuerte y determinada motivación para luchar contra la destructiva indiferencia que produce la ausencia de diálogo en nuestros matrimonios y que quizá corroe ya las entrañas de nuestra aparentemente apacible vida familiar. Desgraciadamente nunca nos detenemos a pensar cuánto tiempo pasamos en familia, y de este tiempo cuánto destinamos a un diálogo franco y sincero con nuestra pareja. Nos resulta casi automático el hecho de tener esposa y de vivir en un hogar.

Todo por indiferencia.
Seguramente muchos matrimonios se estarán yendo a pique por situaciones semejantes a las de mi amigo.

Sería interesante que todos nos preguntáramos cuándo fue la última vez que conversamos y convivimos verdaderamente con nuestra pareja en un diálogo profundo y honesto. Si ni siquiera recordamos esta fecha, quiere decir que en nuestra relación se está gestando el virus de la indiferencia y ésta puede convertirse en una enfermedad progresiva y mortal. En cambio si usted forma parte de las parejas felices, mire a su alrededor y dese cuenta del inestimable valor que posee el tesoro del diálogo en su familia y conserve este tesoro como el más valioso legado que puede dar a través del ejemplo a sus hijos.

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