lunes, noviembre 16, 2009

LA AGRESIVIDAD

EL ORIGEN de la agresividad guarda a menudo relación con estados de frustración, aunque no deben infravalorarse tampoco los rasgos de carácter de cada sujeto. El adulto equilibrado es el que sabe aceptar las circunstancias negativas y mantener
la agresividad dentro de los límites de un comportamiento socialmente aceptable.
 
caratula manos El tema de la agresividad no interesa evidentemente sólo a los psicoanalistas, sino que se han dedicado a él psicólogos y estudiosos de distinta formación cultural, enfocándolo desde diferentes puntos de vista.
Los psicólogo se han acercado al problema de la agresividad retomando la hipótesis avanzada por Freud sobre la relación entre estados de frustración y manifestaciones agresivas. Partiendo de la premisa según la cual la agresividad es siempre consecuencia de una frustración, estos autores han llegado a la enumeración de una serie de principios fundamentales y a la formulación de una verdadera teoría de la agresividad.
El postulado fundamental de esta teoría es: “Un comportamiento agresivo supone siempre un estado previo de frustración y, viceversa, la frustración conduce iempre a alguna forma de agresividad.” Por frustración se entiende esa condición que se
manifiesta cuando un obstáculo se interpone entre la necesidad y el fin capaz de satisfacerla Según esta teoría, el origen de la agresividad puede siempre encontrarse en una frustración, y el impulso a una conducta agresiva varía en proporción a la intensidad de la frustración.

EL ORIGEN de la agresividad guarda a menudo relación con estados de frustración, aunque no deben infravalorarse tampoco los rasgos de carácter de cada sujeto. El adulto equilibrado es el que sabe aceptar las circunstancias negativas y mantener
la agresividad dentro de los límites de un comportamiento socialmente aceptable. 
 
El tema de la agresividad no interesa evidentemente sólo a los psicoanalistas, sino que se han dedicado a él psicólogos y estudiosos de distinta formación cultural, enfocándolo
desde diferentes puntos de vista. Los psicólogo se han acercado al problema de la agresividad retomando la hipótesis avanzada por
Freud sobre la relación entre estados de frustración y manifestaciones agresivas. Partiendo de la premisa según la cual la agresividad es siempre consecuencia de una frustración,
estos autores han llegado a la enumeración de una serie de principios fundamentales y a la formulación de una verdadera teoría de la agresividad. El postulado fundamental de esta teoría es: “Un comportamiento agresivo supone siempre un estado previo de frustración y, viceversa, la frustración conduce siempre a alguna forma de agresividad.” Por frustración se entiende esa condición que se manifiesta cuando un obstáculo se interpone entre la necesidad y el fin capaz de satisfacerla Según esta teoría, el origen de la agresividad puede siempre encontrarse en una frustración, y el impulso a una conducta agresiva varía en proporción a la intensidad de la frustración, la cual a su vez varía en función de otros elementos: la intensidad de la necesidad frustrada, las proporciones del obstáculo que se haya interpuesto en la consecución del fin, la cantidad y el tipo de frustraciones experimentadas anteriormente.
La descarga agresiva no siempre va dirigida irectamente a la fuente de la frustración, sino que a menudo puede resultar inhibida
por el miedo a un castigo o por el temor al fracaso, y esta inhibición conduce a un desplazamiento de la agresividad hacia otro objeto Este desplazamiento, generalmente inconsciente puede ir acompañado de una considerable transformación del acto agresivo que, por ejemplo, puede tomar forma de ironía, de necesidad justificada por un preconce ral, o bien de autoagresión. Sin embargo la inhibición de la agresividad y la autoagresión son a su vez causas de frustración y constituyen por tanto nuevas ocasione de agresividad, mientras que la expresión de la agresividad a través de un acto constituye una liberación, una descarga de tensión.
En realidad, no se puede considerar la agresividad simplemente como una modalidad de reacción a la frustración, sino que es necesario incluir este fenómeno en el marco de un análisis global de la personalidad, teniendo en cuenta todos los fenómenos que influyen en el comportamiento individual, es decir, las experiencias y os modelos de referencia a los que el individuo ha estado expuesto y a los que ha tenido que adaptarse en el curso de su vida.
La hipótesis frustración-agresividad y los principios a ella asociados, relativos a la intensidad, la dirección y la descarga de tensión agresiva, deben consideTarse teniendo por tanto en cuenta las características del estímulo frustrante, pero en relación a las características subjetivas de quien interpreta el estímulo y selecciona la respuestá. No hay
duda de que la intensidad de la reacción varía de forma directamente proporcional a la intensidad de la frustración, pero el tipo de reacción y el tipo de sensibilidad varían de un individuo a otro, del mismo modo que varían los mecanismos que rigen el control, el traslado o la extinción de la reacción emotiva.
El análisis de la agresividad, como el de cualquier otro fenómeno psíquico, corre el riesgo de caer en la abstracción si no se considera a las personas que viven y valoran el comportamiento ofensivo en su contexto global, porque, como cualquier otro comportamiento, también el agresivo debe interpretar- se a la luz de las etapas y de las experiencias por las que ha pasado el desarrollo psicosocial del sujeto. En este orden de cosas, la atención se centra no en algo abstracto, sino en esas formas de predisposición y de actitud
Si los niños pueden descargar su agresividad y exteriorizar sus emociones, serán fácilmente adultos equilibrados.

Según la opinión de numerosos investigadores del comportamiento, la personalidad agresiva es una personalidad frágil, incapaz de soportar la frustración, la ansiedad, y que interpreta gran parte de la realidad como una fuente permanente de amenazas. Las frustraciones precoces que han determinado un es- caso sentido de autoestima, la intolerancia de la ansiedad, del conflicto, de la culpa, inducen a una persona no sólo a ser agresiva con sus semejantes y consigo misma, sino también a una percepción totalmente distorsionada de la realidad. Al igual que la toxicomanía, la perversión y la delincuencia, también la agresividad, que a menudo se aso- cia a las primeras, representa la alteración de un desarrollo ideal y el síntoma de un desequilibrio de la personalidad.
pero descubrir que la abuelita se ha conver tido en esa bestia hdrrorosa significa añadir a la situación ese tipo de inseguridad de fondo que surge de la pérdida repentina de una persona con la que se creía que se podía contar.
Los niños pueden soportar también la violencia y la muerte, así como otras situaciones desconcertantes, siempre que el “bueno” y el “malo” sean dos figuras claramente diferenciadas; sin embargo, el hecho de descubrir que una persona considerada amiga y digna de confianza puede ser también malvada les crea una perturbación insostenible.
Anque siempre sea dificil comprobar directamente en los niños pequeños ciertas hipótesis así como penetrar en el mundo de sus fantasías, es sin embargo lícito y razonable suponer que incluso el recién nacido se halla
animado por impulsos agresivos y que éstos no son simplemente unas reacciones de protesta por la falta total o parcial de satisfacción de ciertas necesidades, en primer lugar del hambre. El niño, en cuanto empieza a mo- verse, expresa claramente la voluntad de explorar y de conocer el mundo, tocando, moviendo, apoderándose de objetos. Winnicott, un famoso investigador de psicología infantil, afirma que la agresividad en el niño es inicialmente casi sinónimo de actividad y forma parte de la base de este comportamiento explorador tan importante para su desarrollo psíquico. La agresividad no es por tanto naturalmente destructiva, sino que emana de una tendencia innata a dominar la vida, y sólo cuando esta fuerza se encuentra bloqueada en su desarrollo es posible relacionarla con los fenómenos de ira, odio y rabia.

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