jueves, marzo 11, 2010

Crecimiento armónico. Expresión de la salud del niño

¿Que es crecimiento armónico? Debemos partir del principio que todos los seres humanos somos dis­tintos y cada uno de nosotros tiene capacidades de respuesta desiguales ante cualquier eventualidad. “Una sociedad es un grupo de seres dife­rentes organizados para alcanzar necesidades comunes”. De allí que, al ponerse metas, las sociedades deben partir tanto de la unidad de propósitos como de la diversidad de las personas (seres) que se empeñan en alcanzarlos. La igualdad, abstracta, de los miembros no borra sus dife­rencias ni la unidad de propósitos, así, aunque los propósitos son iguales la participación en el proceso para conseguirlos deben ser desiguales, haciendo que lo justo no surja de la igualdad sino del reconocimiento de la diferencia. En cualquier especie de reproducción sexual la igualdad de los individuos es una imposibilidad natural. Mientras que una sociedad de iguales es una imposibilidad, una sociedad justa sí es una meta alcanzable. Una sociedad justa es una en la que un orden suficiente protege a sus miembros, cualquiera que sean sus características, y suficiente desorden para proveer a cada individuo con la oportunidad de desa­rrollo, cualquiera que sea su potencial1 .

Desde Charles Darwin se ha reco­nocido que la evolución es, al mismo tiempo, resultado y fuente de la diversidad. El éxito reproductor diferencial de las nuevas especies en presencia de determinadas altera­ciones o permanencias medio ambien­tales, favorece la selección de las variantes exitosas y señala el papel de la adaptación en la selección natural.

La diversidad es el material de la evolución, pues, de una variedad de seres, la naturaleza hace su selección. “Los registros de la evolución mues­tran que cuando las condiciones cambian, las especies mejor adapta­das sustituyen a las que están peor adaptadas o mal adaptadas. En la mayoría de los casos, estas nuevas especies no se pueden considerar como más o menos complejas, avan­zadas o eficientes que sus predecesoras. Simplemente están mejor adaptadas bajo esas condiciones”2 . Nuestro genoma es distinto y también lo es nuestra capacidad fisiológica para desafiar o adaptarse al medio. Cada ser concebido por recombi­nación sexual es un accidente gené­tico. Cada uno de nosotros es por tanto un pionero, una aventura biológica. Aun gemelos idénticos no son exactamente iguales. Una gran

cantidad de manifestaciones desde las huellas digitales hasta poder enrollar la lengua, sentir sabor amargo con algunos edulcorantes, etc. Los grupos sanguíneos y en general el polimor­fismo de la superficie celular, dan razón de la diversidad.

El hombre, en la era moderna, consciente de su capacidad de conocer y aun modificar los procesos natu­rales, ha llegado a creerse el centro medida y amo del universo. Desde esta posición por varios medios pero muy especialmente a través de la ciencia y la tecnología, se distancia y enfrenta a la naturaleza olvidando que originaria y actualmente forma parte de ella y está sujeto a sus leyes. Cuando perdamos nuestra arrogancia y nos veamos como parte de algo mucho más antiguo, mucho más grande; cuando descubramos a la naturaleza como socio y no como esclavo, y que las leyes que se aplican a nosotros se aplican a todo y a todos, encontraremos en realidad aquello que es crecimiento armónico3 .

Parece razonable mirar a nuestra evolución histórica para buscar explicación a nuestra conducta y en general a nuestros problemas y necesidades. La selección natural adapta a los seres vivos al medio en que viven, y hace el uso más efectivo de la variación genética disponible para las especies, preexistente y generada en forma continua por mutaciones. El proceso de selección general es lento y su escenario es la reproducción biológica. En respuesta a un problema serio de supervivencia generado por cambios en el medio y si existe suficiente variabilidad gené­tica en la población, la adaptación podría ser rápida. Un ejemplo podría ser la respuesta a la malaria que tomó aproximadamente entre 1000 y 2000 años.

Como la supervivencia depende tanto de la reproducción biológica como de las posibilidades de conti­nuidad individual inmediata por la garantía de la alimentación, la rela­ción de los individuos y los grupos y la misma competencia por la dispo­nibilidad de alimentos, se ve afectada por la densidad de la población, como lo notó desde 1788 Robert Malthus quien, entre otras afirmaciones, decía: “Pero no es improbable que entre las causas secundarias que producen las epidemias en períodos agudos de enfermedades, figuren el hacina­miento de la población y su alimen­tación malsana e insuficiente”4 . Co­mo la mayoría de los organismos vivos que dependen de recursos exis­tentes en la naturaleza, la población humana se modificó en el tiempo como una función de la disponibilidad de alimentos. El tipo de alimentos existentes y la regularidad de su disponibilidad han determinado la biología, la bioquímica, la cultura y la conducta humanas.

Desde los primeros milenios de existencia de la humanidad, grupos pequeños, manadas nómadas, sobre­vivían como cualquier otro grupo animal dentro de un equilibrio con el ambiente; por su misma movilidad la contaminación del medio era escasa y la exposición a agentes patógenos era, exclusivamente a aquellos que existen en la naturaleza. Con la domesticación de animales y plantas se establecieron las bases para man­tener una disponibilidad de alimentos estable y la posibilidad de disminuir la vida nómada. Las áreas que se mostraban hospitalarias, con agua abundante, fácilmente defendibles y libres de animales peligrosos, sin duda alguna se volvieron atractivas para la formación de grupos menos móviles y de mayor población. La concen­tración de grupos humanos, varias manadas, en estos sitios a no dudar crearon las condiciones para el au­mento de transmisión de ciertos agentes patógenos con aparición de epidemias pero al mismo tiempo las excretas de humanos y animales domésticos fertilizaban la tierra. Los grupos pastoriles mantuvieron pa­trones de grupos pequeños, en constante movimiento en búsqueda de alimentos para sus animales.

En el desarrollo de asentamientos humanos permanentes se encuentra una expresión de necesidad animal semejante a la de otras especies. Sin embargo, el análisis de los asenta­mientos humanos más primitivos revela un poco más que esto. En las huellas de fogatas o instrumentos de piedra se encuentra evidencia de intereses y ansiedades que no tienen paralelo con otros animales, como la preocupación ceremonial por los muertos. La búsqueda de un sitio último de reunión crea las ciudades de los muertos mucho antes que las ciudades de los vivos. Es probable que estos sitios fuesen solamente puntos de reuniones periódicas que aun no suplían todas las necesidades básicas.

Hace alrededor de 15,000 años en el período mesolítico se comienzan a encontrar sitios de instalación perma­nente con áreas de cultivos y los primeros animales domésticos. La riqueza de este adelanto en la disponibilidad de alimentos debió tener un efecto grande sobre la cultura. La facilidad de recolección, mayor seguridad, posibilidad de diversión, sin tener que tolerar períodos de hambre quizá creó la necesidad de adaptación social con cambios mayores en las funciones del hombre y la mujer. La mujer con responsabilidad casi exclusiva sobre el manejo de los niños y colaborando en la siembra y el manejo de animales domésticos. El cazador convertido en el defensor del territorio. Esta, llamada por Vere Gordon Childe, “Revolución Agrícola”, impuso a la mujer un papel importante al cumplir la tarea de seleccionar, domesticar y mejorar especies vegetales y ani­males, como responsable de la alimen­tación distinta a la proveniente de la caza, y dar así fundamento al sedentarismo y al ejercicio de territorialidad

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