lunes, marzo 22, 2010

los sueños lúcidos

Estamos hechos de la misma sustancia que los sueños, y también con un sueño concluye nuestra vida.
- William Shakespeare –

Desde la más remota antigüedad, los sueños han sido considerados como una fuente de inspiración que nos transmite mensajes misteriosos. Los chamanes, por ejemplo, veían confirmada su vocación sagrada en el transcurso de un sueño mientras que para los profetas de Israel, por su parte, los sueños eran portadores de mensajes divinos. Recordemos, por ejemplo, aquel pasaje de la Biblia que dice: «Escucha mis palabras: si hubiera un profeta entre vosotros, Yo, el Señor, me presentaría ante él en una visión y le hablaría a través de un sueño». Las antiguas culturas mediterráneas afirmaban que  los sueños eran una fuente de curación y esta creencia congregaba en el templo del dios Esculapio a numerosas personas que trataban de incubar sueños terapéuticos. Más recientemente, la psicología ha declarado que los sueños constituyen «el camino real al inconsciente» (Freud) y que “son mensajes de curación y conocimiento intuitivo procedentes del inconsciente” (Jung). De la misma manera, la psicología transpersonal también presta una gran importancia a los sueños.

Pero sea cual fuere nuestra interpretación, los sueños constituyen un milagro nocturno que abre nuestra visión a un universo poblado de personajes, lugares y criaturas que parecen sólidos, independientes y «reales». Además, durante el sueño nuestra propia persona parece dotada de un cuerpo sólido y «real» que parece ser el origen y el sostén de nuestra existencia, de nuestros placeres y de nuestros dolores, un cuerpo dotado de ojos y oídos que nos proporcionan mensajes sensoriales y cuya muerte supone también nuestra propia muerte. En suma, este mundo y este cuerpo onírico parecen crearnos y controlarnos, aunque el universo aparentemente objetivo es una creación de nuestra propia mente, un producto transitorio y subjetivo que se halla, en última instancia, sometido a nuestro control.

A veces, cuando despertamos pensamos que lo que acaba de ocurrir es irreal y decimos: «No era más que un sueño». Pero de este modo incurrimos en el error - que la filosofía hindú denomina «subrogar» - de menospreciar el estado de sueño; es decir, concederle, desde el estado de vigilia, menor validez ontológica. No obstante, sea cual fuere la conclusión a la que arribemos cuando estamos despiertos, noche tras noche, una y otra vez, seguimos soñando y creyendo sin lugar a dudas en la «realidad» de nuestros sueños, y es por ello que luchamos y huimos, reímos y lloramos, maldecimos y disfrutamos.

Es posible que la mayoría de nosotros hayamos tenido, en alguna ocasión, la experiencia de darnos cuenta repentinamente de que «no es más que un sueño» mientras estábamos inmersos en una dramática aventura o bajo una pesadilla onírica. En ese momento nos tornamos «lúcidos»; estamos soñando y, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que estamos soñando, y ese reconocimiento puede proporcionarnos una sensación de alivio, placer, asombro y libertad. Entonces somos libres para enfrentarnos a nuestros monstruos, para satisfacer nuestros deseos o para tratar de descubrir nuestras aspiraciones más elevadas sabiendo que no somos las víctimas sino los creadores de nuestra propia experiencia. Como dijera el filósofo Nietzsche: «Quizás exista alguien que, al igual que yo, recuerde haber proclamado victoriosamente en medio de los terrores y los peligros de un sueño: "¡Esto es solamente un sueño y quiero seguir soñándolo!"».

Pero este tipo de sueños son excepcionales y solemos carecer de la capacidad para inducirlos. Cabría preguntarnos, pues, si existe algún método que nos permita desarrollar la capacidad para despertar a voluntad en medio del sueño, una pregunta que ha sido contestada afirmativamente por muchas tradiciones contemplativas y por todos los investigadores del sueño. Ya en el siglo IV, Patanjali recomendaba en su clásico texto sobre el yoga: «Ser testigos de los procesos del sueño y del sueño profundo». Cuatro siglos después, el budismo tibetano desarrolló un sofisticado sistema de yoga onírico. En el siglo XII, el místico sufi Ibn El-Arabi, un genio filosófico y religioso conocido en el mundo árabe como «el más grande de los maestros», afirmaba que «una persona también debe controlar sus pensamientos durante el sueño. El adiestramiento en este tipo de atención puede proporcionar grandes beneficios. Todos deberíamos esmerarnos en tratar de desarrollar esta valiosa capacidad». Más recientemente, diversos investigadores y maestros espirituales - desde Sri Aurobindo hasta Rudolf Steiner - han confirmado también la posibilidad de desarrollar el sueño lúcido.

Durante muchas décadas, los investigadores occidentales habían desdeñado estos informes como simples quimeras pero, a lo largo de la década de los setenta, tuvo lugar uno de los hitos más relevantes de la historia de la investigación sobre los sueños. Estamos refiriéndonos al trabajo de Alan Worsey en Gran Bretaña y de Stephen LaBerge en California, dos investigadores que trabajando aisladamente y sin saber nada el uno del otro aportaron evidencia experimental sobre la existencia del sueño lúcido y aprendieron a provocar deliberadamente este fenómeno. Estos investigadores permanecían monitorizados electrofisiológicamente en un laboratorio del sueño y no sólo podían comunicar - mediante ciertos movimientos oculares - a los observadores externos que estaban soñando sino también que sabían que estaban soñando. Mientras tanto, su EEG (electroencefalograma) mostraba el típico patrón de ondas MOR (movimientos oculares rápidos) característico del sueño, ratificando, de ese modo, la veracidad de sus afirmaciones. Por vez primera en la historia, alguien había podido mandar un mensaje desde el mundo de los sueños mientras estaba durmiendo. A partir de ese momento, la investigación y la comprensión del estado onírico ha sufrido un cambio radical. Resulta interesante constatar que, durante cierto tiempo, LaBerge no pudo publicar los datos recogidos en su trabajo porque no existía ningún editor que creyera siquiera en la posibilidad del sueño lúcido.

A partir de ese momento, las señales proporcionadas por los movimientos de los ojos y los registros electrofisiológicos han permitido que los investigadores pudieran estudiar variables tales como la frecuencia y la duración de los sueños lúcidos, sus efectos fisiológicos sobre el cerebro y sobre el cuerpo, las características psicológicas de quienes los experimentan, los medios más confiables para inducirlos y su potencial para la curación y la investigación transpersonal. El sueño lúcido ha inspirado también numerosas reflexiones sobre las implicaciones filosóficas, transpersonales y prácticas del sueño y de la lucidez.

Una de las principales consecuencias filosóficas tiene que ver con la naturaleza del estado de vigilia. Después de todo, si noche tras noche cometemos el error de creer en la objetividad del mundo y del cuerpo onírico, es decir, de considerar que se trata de acontecimientos «reales» que existen más allá de nuestra mente, ¿no podría ocurrir lo mismo con el mundo y con el cuerpo vigílicos? ¿Cómo podemos, pues, estar seguros de que el estado de vigilia no es también una especie de sueño? Como advierte el budismo tibetano: «El estado de vigilia no presenta ninguna característica que nos permita diferenciarlo claramente de la experiencia onírica».

Hay muchos filósofos y tradiciones místicas que coinciden en esta apreciación. Según Schopenhauer, por ejemplo, el universo es «un gran sueño soñado por un único ser en el que todos los personajes también están soñando», y el gran erudito del zen, D.T. Suzuki, decía: «Mientras sigamos soñando jamás podremos comprender que estamos soñando». En la misma línea, una enseñanza contemporánea cristiana afirma que:

“Los sueños nos enseñan que tenemos la posibilidad de construir el mundo tal y como lo deseamos y que es este deseo, en definitiva, el que nos lleva a creer sin ningún género de dudas en la realidad de lo que vemos. Sin embargo, en el interior de nuestra mente existe un mundo que también parece ser externo... Creemos despertar y que, con este despertar, el sueño se desvanece, pero somos incapaces de reconocer que lo que dio origen al sueño permanece presente, que nuestro deseo de construir un mundo diferente al mundo real persiste. Por consiguiente, lo que vemos al despertar no es sino otra forma del mismo mundo que contemplamos en los sueños. Así pues, estamos soñando de continuo. Lo único que ocurre es que los sueños vigílicos y los sueños oníricos nos parecen diferentes. Eso es todo.”

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